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    Los Juaninos: Buscando en el Lugar Correcto

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    2010
    26
    Nov

    Escritores invitados: Carlos Dragonné y Elsie Méndez de Flavors of Mexican Cuisine


    Para este recorrido, necesito que cierre los ojos un momento y se imagine la tranquilidad que, en medio de la vorágine del día a día, siempre anhelamos. Sí… al final de cada jornada, hay quienes pueden llegar a casa y encontrar ese estado de conciencia con sólo mirar el televisor o abriendo una botella de vino mientras afuera, el torbellino de ruido y autos rodea enérgicamente la marea de gente que, sin horarios ya definidos, invade las banquetas en su andar veloz. Y, además, obviando el hecho de que pocos son quienes logran esto, sabemos que algo falta mientras miramos por nuestras ventanas o balcones el imponente escenario de edificio detrás de edificio de nuestras particulares selvas de concreto. Venga… cierren los ojos un momento… Y después, acompáñenme a una ciudad construida con cantera rosada, llena de majestuosos edificios, casonas y exhaciendas dispuestas a conquistarnos. Morelia nos abre las puertas y el Hotel Los Juaninos nos recibe con la grandeza de su construcción, un antiguo Palacio Episcopal construido en el siglo XVII y hoy convertido en uno de los más bellos Hoteles Boutique de este país.

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    Entrar por el enorme portón de madera del hotel es, ya en si misma, una experiencia que nos llevará a descubrir un amplio espacio pletórico de arte e historia pues, catalogado por el INAH y restaurado en 1988, este inmueble forma parte del Centro Histórico de la ciudad de Morelia y, por lo tanto, es pieza fundamental en el reconocimiento que otorgara la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Con una ubicación inmejorable, justo frente a la plaza central donde la Catedral de la Transfiguración del Señor de Morelia observa a los cuatro puntos de esta capital, el Hotel Los Juaninos es único en su clase al respetar la construcción original y adaptar la vida de un hotel a tan magnifico edificio, contrario a lo que muchos lugares han hecho. Y aquí es donde la magia comienza a hacer efecto…


    Aún no llegamos a las habitaciones y ya el lugar ha logrado borrar las fechas sumergiéndonos en la historia de más de 300 años de este lugar. Grandes escalinatas nos llevan al segundo piso y a las 30 habitaciones del lugar. Estos espacios – que alguna vez fueron habitaciones episcopales y después parte del Real Hospital de San Juan de Dios, tras la donación que el Obispo Juan Ortega y Montañés realizó a la orden de Los Juaninos en el siglo XVIII – han sido decorados con delicadeza y un gusto impecable, respetando la arquitectura virreinal que otorga un sentimiento de elegancia perpetua. Los cuartos tienen una cualidad incomparable: la sencillez que contrasta con el estilo arquitectónico y que demuestra que, con un simple toque como una pequeña mesa para dos personas junto al balcón, elevan considerablemente la experiencia.


    Y aquí vale la pena mencionar el detalle del que gozan varias de las habitaciones de este lugar, así como la terraza, en donde está localizado su Restaurante La Azotea y del que hablaremos más adelante. Instalados en la habitación, era momento de ceder ante los simbolismos y, de una manera lenta y pausada que mantuviera el suspenso necesario, me acerqué a la puerta del balcón y, tras correr los pestillos de hierro que mantenían cerrada la puerta, la abrí de par en par para descubrir una espectacular vista de la Catedral ante la cual es imposible no impactarse.


    No se cuánto tiempo estuvimos en el balcón, observando el ir y venir de los morelianos y la perspectiva de una avenida Madero que ofrecía tanto por descubrir y que, como ya hemos descubierto, no sólo no defraudó nuestras expectativas, sino que superó con creces hasta la más salvaje imaginación. De vuelta en la habitación, contemplando el tamaño y el espacio que ofrece para descansar, relajarse con un buen café o, simplemente, entender que, aquí, al parecer, hay una primera oportunidad de encontrar esa paz anhelada.

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    Los ammenities del lugar hablan del conocimiento de las necesidades del huésped. La cama, hay que decirlo, tiene un grave problema. Una vez que te acuestas, la suavidad de sus blancos y la comodidad del colchón hacen una tarea difícil el querer levantarse de nuevo y, así, continuar con las actividades programadas en la ciudad. Fuera de eso, es perfecta. Habiendo vencido la tentación de querer resguardarse de todo para cerrar los ojos y dormir, salimos de la habitación para recorrer el lugar y conocer a detalle las otras habitaciones disponibles, entre las que destacan las Suites Superiores como verdadero ejemplo de todo lo que se puede pedir en un lugar que forma parte de los Hoteles Boutique de México. Tinas con patas de garra de bronce, amplios espacios para una sala de estar, enormes muebles de madera tallada, balcones y ventanales fastuosos decoran las distintas habitaciones que, como punto distintivo, tienen la peculiaridad de que ninguna es idéntica a la otra; siempre se encontrará un detalle único que permite vivir la experiencia de Los Juaninos una y otra vez para disfrutarse siempre como algo totalmente nuevo.


    En el tercer piso de esta construcción, alberga el Restaurante La Azotea y, al fondo, el Bar Los Juaninos. El restaurante es acogedor y tiene una carta que, por supuesto, explora la gastronomía michoacana ofreciéndonos platillos tan importantes como las únicas Corundas o un Caldo Michoacano que, si por mi fuera, podría comer todos los días. Además, la carta ofrece también una interpretación de comida fusión con su base e inspiración en la cocina de todo el país y que tiene en las Enchiladas de Pato uno de sus platillos estrella. El lugar cuenta con una serie de mesas colocadas en una terraza que recorre la extensión de todo el lugar y que ofrece a los comensales la posibilidad de disfrutar sus alimentos frente a la perspectiva entera del Centro Histórico de la ciudad.

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    El Bar Los Juaninos ofrece al cliente una importante variedad en coctelería y bebidas con una ambientación modernista que rejuvenece de manera importante el lugar y que, contrario a lo que pudiéramos pensar de inicio, no desentona a pesar del contraste visual que, naturalmente representa. Además, en el área de bar está la estrella de toda esta reconstrucción y adaptación realizada al edificio. Una mesa en la terraza, casi en la esquina final del edificio que, como las mesas de la terraza que ofrece el Restaurante, ofrece como testigo de las horas aquí pasadas – que, advierto, se van como agua entre los dedos – tiene la particularidad de estar colocada justo sobre la avenida Madero, lo que permite disfrutar una vista que se extiende no sólo por los lugares que Morelia tiene para nosotros, sino por la historia que, a pesar de los autos que circulan debajo de nosotros, y los inevitables toques de modernidad de bancos, tiendas de conveniencia, semáforos y la urbanización que el mismo tiempo impone, parece burlarse de estos elementos para pintar de nostalgia y enseñanzas la imagen que estamos viendo mientras disfrutamos la que sería nuestra primer charanda en este viaje.

    En cuanto a la atención del personal, Los Juaninos levanta la voz para decirle que, si todo lo anterior no ha sido suficiente para satisfacer su experiencia o, dado el caso, para tentarlo a levantar el teléfono y hacer una reservación para el día más inmediato de su agenda, aquí podrá tener esa atención personalizada que tanto parece haberse perdido en el mundo hotelero. Muchas veces, mientras recorremos hoteles en nuestros destinos, el servicio parece perder un poco la claridad detrás de la eficiencia para convertir al personal en máquinas de resultados que, si bien cumplen con sus funciones, olvidan que esta industria nace y se alimenta del contacto humano, la sensibilidad y la satisfacción entera de quienes atienden. Este es el estandarte de Los Juaninos: la calidez de su gente que, además del correcto funcionamiento, ofrece siempre una sonrisa, una capacidad para hacer sentir al huésped bienvenido y cobijado en cada una de las áreas, desde el Valet Parking hasta los meseros tanto de restaurante como de bar. Esto, evidentemente, es una prueba de la extraordinaria labor que la gerente general del lugar, Lorena Morales, está realizando para preservar los puntos fundamentales de la atención al turista, así como de Pablo Güedes, quien siempre estuvo pendiente de comentarios y sugerencias que, como huéspedes, tuviéramos para compartir con ellos en esta experiencia que nos trajo a Morelia en un viaje de negocios que, a cada momento dentro de Los Juaninos, parecía mucho más cercano a un viaje absolutamente dedicado al placer.

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    Desde el primer día, frente a ese balcón abierto de par en par, asomados en contemplación silenciosa, algo venía cambiando. Algo que parecía abrirse paso sin dar tregua y que, por fin, en la última noche, se reveló en su total claridad. De nuevo, observando la Catedral mientras una suave música sonaba en la habitación y nos despedíamos de la belleza frente a nosotros, descubrimos que Los Juaninos, nos regaló cada segundo ese estado de conciencia y tranquilidad que hasta hace unos días, buscábamos incesantemente en medio de la vertiginosidad de nuestra metrópoli. Ahí, escuchando, descubrimos el silencio que siempre haría falta de regreso a nuestra ciudad de origen y que, enmarcado por la plenitud de la belleza, el arte, la arquitectura y el servicio de Los Juaninos, completó ese espacio del rompecabezas. Pero también sabíamos que, de cualquier forma, al volver y abrir esa botella de vino con nuestra mirada puesta en el imponente escenario de edificio detrás de edificio de nuestra selva de concreto, evocar lo recién adquirido sería suficiente para saber que esa paz sí es alcanzable. Sólo hace falta buscar en el lugar adecuado.

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